Blogia
ModeradosdelSur

AMILCAR

-¿Nicolás, usted en qué siente que está en deuda?

Esa pregunta me la hizo Eduardo, mi psicólogo. No podría precisar qué día, pero creo que fue casi en los comienzos de mi tratamiento, que empezó en el 2000 y se prolongó por unos cinco años. Durante las sesiones, y en atención a los temas tratados y a la patología que me diagnosticó, fuimos llegando al punto en que quedó planteada la necesidad de contestar ese interrogante.

Me acuerdo de que no tuve dudas para contestarle, porque por aquellos años yo tenía dos recuerdos de deudas mías, que casi se habían convertido en obsesiones, de manera que con mucha frecuencia se instalaban en mi mente para molestarme y entonces la respuesta me salió “como escupida de músico”.

A vos también te voy a contar las dos. Una, porque quiero cumplir con mi elección de escribir en estilo connotativo y la otra porque se relaciona con tu abuelo Amilcar.

El 25 de mayo de 1973, después del acto de asunción del presidente Héctor Cámpora en Plaza de Mayo, la mayoría de los que habíamos ido, decidimos trasladarnos a las puertas de la cárcel de Devoto, para presionar para que liberaran a los presos políticos más rápidamente. Manifestamos alrededor del penal y vivimos la alegría de ver salir a los compañeros uno a uno. Participábamos de un acontecimiento feliz, pero los soltaban con cuentagotas y no hubo tolerancia para la impaciencia que generó ese proceso tan lento, menos en un momento en que nos considerábamos victoriosos sobre la oligarquía y las fuerzas de represión y se produjo un casi motín entre los internos que sentían que el apoyo de los manifestantes, era una oportunidad única. Entonces ocurrió que desde el penal, comenzaron a dispararnos ráfagas de ametralladora.

-Son balas de goma, dijo Ricardo.

La realidad no parecía darle la razón, ya que los impactos sobre los frentes de las casas vecinas eran bastante contundentes, y se podía ver que desprendían el revoque de las paredes. A esa altura, tuvimos que buscar refugio y nos subimos a mi Chevrolet 400 para alejarnos. Debíamos ser unas doce personas, compañeros del profesorado de Dorita y míos de la facultad y aquí aparece uno de los motivos de mi sensación de “deuda” que me siguió durante treinta años, fue que se acercó un pibe para pedir que lo lleváramos. La urgencia y el dramatismo del momento, no me permitieron idear una forma de poder cargarlo, después de que el pibe abrió una puerta del auto y no encontró lugar para subir. Supongo que habrá escapado de otra manera, porque no recuerdo que esa noche hayan habido heridos, pero de todos modos me dolió no haber sido yo el que le diera la ayuda que necesitaba.

El otro caso de sensación de deuda y que también referí al psicólogo, lo tuve con tu abuelo Amilcar y corresponde aproximadamente a la misma época, solo unos pocos años después.

Con Amilcar nos disfrutábamos en largas charlas de política, en el fondo de tu casa de la calle Moreno, era un gran gusto.

No estaba ausente el comentario de libros. Esa noche hablábamos de la biografía escrita por Osvaldo Bayer, sobre el anarquista expropiador Severino Di Giovanni y yo conté que había conseguido el tomo que reproduce la correspondencia de amor, que Severino mantuvo con su amante muy joven, Paulina Scarfó.

Amilcar se mostró vivamente interesado y dijo:

-¿Me lo presta, Jorge?

-Sí, cualquier día de estos se lo traigo acá.

Lo que ocurrió después fue que yo demoré en llevarle el libro. Un poco por olvido momentáneo de mi promesa y supongo que otro poco porque mi mente ya estaría preparando el estado de salud que me llevó al tratamiento con Eduardo, habida cuenta de que esos estados de tormenta del alma, crean mejores condiciones para reforzar los olvidos. El caso es que por motivos de la militancia, tu abuelo viajó a Paraguay con documentación falsa y fue detenido ¡durante diez años! hasta que Amnesty logró liberarlo y refugiarlo en Europa. Creo innecesario decir que pasé ese tiempo con mucho dolor, acrecentado porque no alcancé a prestarle el libro antes de la detención y esa circunstancia pasó a ser otra de mis grandes “deudas”.

Este recuerdo tiene más condimentos, porque hasta 1979 yo trabajé en la Oficina de Reclamos de la empresa de omnibus Brisas del Plata, que entre otras funciones tenía la de conservar por seis meses, todos los documentos de identidad que se encontraban extraviados en los coches y al cabo de ese plazo, debían ser destruidos. En la misma oficina trabajaba Ledezma, un entrerriano viejo y grandote, que había sido suboficial de la policía federal. A mí me gustaba hacerle la broma repetida de llamarlo Delezma, porque me parecía que esa alteración en el apellido, lo hacía más concordante con su aspecto provinciano.

Ledezma prestaba mucha atención al hecho visible de que era yo quien se interesaba en guardar los documentos en el cajón con llave de mi escritorio y un día no se aguantó y me dijo:

-¡Vos te guardás los documentos para pasárselos a los Montoneros!

La sagacidad del viejo policía fue bastante precisa, además él conocía mi ideología peronista, solo estuvo equivocado en suponer que se los diera a la “Orga”, porque en verdad yo se los daba a Amilcar.

Por una parte, consideré que si se los daba a tu abuelo, los documentos estaban en buenas manos y por otra parte, yo no integraba Montoneros, solo tenía un contacto propio de la organización celular, de quien solo sabía su apodo Cacho. A Cacho lo podía citar por medio del mozo de un bar de Migueletes, yo dejaba el mensaje y al día siguiente recibía su llamado, pero los días de dictadura feroz, fueron muy difíciles para andar buscando a los compañeros.

Cuando Cacho me buscaba siempre nos reíamos, porque el flaquito morocho que trabajaba de mozo no me reconocía, pese a que ya me había visto varias veces. Entiendo que su mala memoria funcionaba como una adaptación muy adecuada para aquellos días de clandestinidad. Entonces al comunicarle mi mensaje a Cacho, le decía:

-¡Che, tené cuidado, porque te anda buscando un tipo con cara de vigilante! Dice que se llama Firulai.

Me gustaría que volviéramos a encontrarnos y reir, treinta años después lo haríamos más relajados, pero lamentablemente no lo creo posible, aunque me niegue a admitirlo, lo más probable es que a Cacho lo "chuparon" o cayó en combate.

El bar fue reemplazado por una carnicería, según pude apreciar las tantas veces que volví al lugar y nunca más recibí noticias de mi compañero, lo único seguro es que si la mala suerte hizo que cayera, Cacho no me cantó.

Cuando supe las circunstancias en que había sido detenido Amilcar, tuve la fantasía de que quizá hubiera utilizado alguno de esos documentos que yo le daba. Recuerdo en especial una libreta de enrolamiento de un ciudadano paraguayo, que por ser ex combatiente de la guerra del Chaco, se consideraba que el portador sería una persona con mucho prestigio social en su país.

El otro condimento es el interrogante que tuve cuando tu abuelo fue candidato a Presidente de la Nación, porque me nació preguntarme en qué lugar de las vivencias de Amilcar, se localizó su interés por leer esas cartas poéticas, pero ese es un punto que no quiero desarrollar porque estaría basado en demasiadas suposiciones y fantasías aventuradas.

Sí puedo decir, porque me consta y es verdad, que el día de la elección por la mañana, Mario me llamó por teléfono para decirme:

-¿Firulai, me prestás tu auto para ir a Moreno a buscar a mi viejo, que le toca votar en el Colegio Rivadavia y como está un poco enfermo, no quiero traerlo en el Rastrojero.

Por supuesto que me sentí muy honrado de que lo fueran a buscar en mi Fiat espacio y siempre que puedo, cuento esta anécdota para que se destaque el detalle de austeridad de que el candidato a presidente, no tenía auto propio.

Ese día temprano tuve un incidente en la escuela donde me tocaba votar, porque en mi mesa no había boletas del PRT. Tuve que salir del cuarto oscuro para reclamar por el faltante y dije a la autoridad del acto:

-Falta la boleta de mi partido.

-¡Cómo, ahora yo ya le firmé la libreta!

-Lo siento, yo no le pedí que firmara antes de votar.

-¿No puede votar otro candidato?

-No quiero.

El tono de voz muy alto con que me hablaba el presidente de mesa, indicaba que se había fastidiado por el inconveniente, y además no quería devolverme mi documento porque ya estaba firmado y yo no había votado. Los gritos llamaron la atención de un grupo de “punteros” corpulentos, seguramente miembros del partido político oficialista que me rodearon y en tono amenazante preguntaron:

-¿Qué pasa acá? ¿Qué problema hay con este hombre?

Entretanto, mi hijo Patricio, que estaba conmigo, no ocultaba una cierta expresión de preocupación. Por su parte, el funcionario de la mesa les explicó la situación y a continuación me preguntó:

-¿Y cuál es la boleta que falta?

-Entre usted al cuarto oscuro y verifique. Yo no se lo quiero decir porque me impugnarían por “voto cantado”.

-¿No puede pedirle al fiscal de su partido que ponga boletas?

-Le pediría si lo conociera, al no conocer a ningún fiscal, me atengo a la responsabilidad que tiene la mesa, de proveer las boletas de todos los partidos, e incluso de iniciar el acto solo cuando haya suficiente provisión de todas.

Un grupo de hombres entró al cuarto, identificaron la boleta faltante y al rato me consiguieron una para que yo pueda votar. Logré eludir la infracción de “voto cantado”, pero no pude hacer lo mismo con la de “voto marcado”, porque obviamente el único voto posible del PRT en esa mesa, fue el mío y los que hicieron el escrutinio lo sabían.

Pese al incidente, logré votar temprano, como para trasladarme al Rivadavia a esperar que llegara Amilcar y cuando bajó del auto lo abracé, lo felicité y le dije:

-Buen día, ¿cómo está presidente? Porque hoy usted es mi presidente.

Amilcar estaba feliz y emocionado, y nosotros también.

Hubo fotos para la prensa del partido y también estuvo la candidata a vicepresidenta, pero cuando mi amigo Nicolás me contó esta historia no recordó el nombre de ella. Debo creer que Nicolás todavía no había recibido el alta a su tratamiento psicoanalítico.

Falso Donante, 22 de agosto de 2007

0 comentarios